Orgullo y
Diferencias
Primer
Side Story: La Traición
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El conflicto Castellano había tocado sus límites, y ahora se encaminaba
a la guerra. El país estaba dividido en dos bandos, uno apoyaba a la señorita
Kaho Mitsuki y otro a Isabel de Castilla. Ésta última tenía más
partidarios que la primera, ya que muchos se dejaban llevar por la simple
impresión de que Kaho era oriental y pensaban que no tenia absolutamente
nada que hacer en Castilla ocupando el trono. Pero la verdad era que había
mucho más fondo histórico en el pasado de la oriental que en el de la
mismísima Isabel. Era muy cierto que ella tenia más clase y había sido
educada desde pequeña para ser reina. Conocida como “la católica”
atraía a muchos creyentes y es por eso que su esposo también había sido
muy aceptado por la gente. Como es costumbre en este tiempo, Isabel fue
casada desde muy temprana edad dando como resultado a los pocos meses de
casada, su primer hijo: Rodrigo.
El pequeño creció entre lujos y placeres de cualquier tipo, no había
cosa que se le negase. Fue una bendición que se le permitiera socializar
con otros hijos de nobles, dando así el nacimiento de una amistad que por
desgracia, no duraría mucho.
Syaoran
Li, a pesar de ser muy serio y reservado fue aceptado y acogido por la
familia real; su madre, la dama Ieran, tenía una participación muy
reconocida en la corte. Sus finas posturas y gestos la hacían acreedora
de grandes invitaciones a bailes y festejos en el palacio. Ambos niños,
Rodrigo y Syaoran, crecieron confiando plenamente uno en el otro y así
llegaron hasta la madura edad.
Envueltos entre tantos problemas y presiones familiares los dos hombres
tuvieron que embarcarse en una lucha para ayudar a Isabel a ocupar el
trono. Se les fue encargada la tarea de llegar hasta Guinea para tener
acceso a sus riquezas. El barco que se les fue dado obtuvo el nombre de
“El Cerezo “, bautizado así por su gran amiga Elizabeth Troney, su
compañera indiscutible de la infancia.
Océano Atlántico 1745
-Vamos Syaoran ¿No tienes nada mejor?-desafiaba el joven príncipe
mientras practicaba movimientos con la espada a bordo de “El Cerezo”
con su contrincante.
-No digas eso Rodrigo, bien sabes que no es cierto. Yo soy el que esta
venciendo.
-Sólo en tus sueños, viejo amigo-replicó audaz Rodrigo y continuó
atacando.
-Parecen un par de niños, mejor déjense de tonterías y vamos a
comer-dijo Elizabeth, un poco cansada por ver el entrenamiento de los jóvenes
durante toda la mañana.
-Como desees querida Elizabeth-dijo el príncipe y guardó con elegancia
su espada.
-Y no terminas de tener esos aires de superioridad. ¿Que sucedería si
Mitsuki le quita el trono a Isabel? Ya no podrías andar por ahí pavoneándote
de ser un príncipe.
-Oh Syaoran, cada día me confirmas más que tan solo me tienes envidia. Y
no te culpo, yo sé que siempre he tenido más suerte con las mujeres que
tú.
-Eso es una vil mentira Rodrigo. Yo que soy mujer te lo aseguro. A simple
vista Syaoran es mucho más atractivo que tú-rió Elizabeth.
Los tres amigos continuaron caminando por el barco, dirigiéndose a la
mesa que había sido puesta hacía unas horas. Los tripulantes, muchos de
ellos sirvientes del palacio, colocaban sobre ella infinidad de platillos
para todos los gustos, no por nada era el barco del príncipe de Castilla.
Es por eso que tenía todas las atenciones posibles y hacia que nada le
faltase a ninguno de los tres.
Los presentes se dispusieron a comer y Elizabeth, tan observadora como
siempre, logró notar que el barco se movía a gran velocidad, aquí y allá
había gente corriendo acatando ordenes mandadas por su capitán. En la
proa había una gran sirena de color plateado, estaba un poco desgatada
por el pasar de los años pero aún conservaba su belleza, sus delgados
brazos se extendían por los dos lados del barco, como si estuviera abrazándolo.
Una gran vela blanca se extendía por encima de los pasajeros. Las olas
golpeaban el enorme barco hecho de madera fina y color marrón, dándole
un toque bastante elegante.
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Syaoran regresó a su camarote bastante cansado después de aquella mañana
tan agotadora. Sólo pensaba en recostarse y dormir por unas horas, a fin
y al cabo uno de sus informantes le había dicho que aun estaban a varias
horas de llegar a Guinea. Cuando apenas iba a comenzar a desabotonarse la
camisa, escuchó unos ruidos extraños proviniendo del armario colocado a
unos cuantos metros a su izquierda. Se acercó con cautela, tratando de
hacer el menor ruido posible. Cualquiera quien fuese el que estuviera haya
adentro parecía tener serios problemas para acomodarse. Cuando estuvo
seguro de que no había peligro alguno, abrió la puerta y un bulto enorme
envuelto en ropa cayó pesadamente sobre el suelo.
-¡Diablos!-oyó decir a la persona.
Esperó unos segundos hasta que ésta recobrara la compostura y cuando
logró ver su rostro los ojos se le agrandaron tanto que casi parecía que
había visto a un monstruo.
-¿¡Que estas haciendo aquí, Feimei!?-prácticamente gritó Syaoran.
-Primo, no me grites y mejor ayúdame-logró articular la chica tras el
bulto de ropa en el que estaba envuelta.
Syaoran sólo hizo una cara de exasperación y ayudó a su prima con
pesadez.
-¡Syaoran!-gritó con euforia y abrazó a su primo hasta casi asfixiarlo.
-Qui…ta…te…de enci…ma.
-¿Eh? ¿Qué? ¡Ah si, lo siento!
-Por un momento creí que te habías convertido en Meiling.
-Oh vamos Syaoran, no seas exagerado. Si yo fuera ella ahora mismo no podrías
ni respirar-rió divertida.
-No me parece gracioso-añadió con seriedad y después continuó-y
bien… ¿Me puedes explicar, que demonios haces aquí?
Ante la pregunta Feimei no mostró ningún signo de nerviosismo, sus ojos
color miel al igual que su cabello irradiaban seguridad en si misma, por
lo que no titubeó ni un segundo.
-Lo que sucede, querido primito, es que la tía Ieran me ha pedido que te
cuide. Ya sabes como es, nunca confía en que podrás lograr algo-soltó
con facilidad sentándose en la cama e ignorando toda a la ropa en el
suelo.
-Vaya, así que mi madre está detrás de todo esto-razonó y rodó los
ojos al mismo tiempo.
Ésa era una de las pocas cosas que le agradaban de Feimei, el ser
objetiva en cualquier asunto.
-Por cierto Syaoran, de casualidad… ¿También esta aquí
Rodrigo?-preguntó con entusiasmo aguardando con ansias un “si” del
ambarino.
Syaoran la volteó a ver directamente a los ojos y después añadió:
-Ni se te ocurra.
-¡Que! Pero, ¿Por qué?-chilló haciendo una mueva de tristeza y levantándose
de la cama.
-Estamos en una misión muy importante que nos encargó Isabel, así que
te pediré que te mantengas al margen de todo esto, en especial con
Rodrigo. ¿Entendido?-amenazó frunciendo el ceño y después salió dando
un fuerte portazo que aterrorizó a Feimei.
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El mapa estaba extendido sobre una mesa de madera, Rodrigo y el capitán
del barco repasaban los tramos y las estrategias a seguir. De pronto, la
puerta se abrió y chocó bruscamente contra la pared, después Syaoran
entró por ella.
-¿Se puede saber que es lo que te pasa ahora?-preguntó el príncipe.
-Feimei esta aquí.
Al escuchar aquel nombre los ojos de Rodrigo brillaron con malicia y después
salió apresurado por la puerta alegando que necesitaba tomar un poco de
aire.
-Nunca cambiará-susurró casi para sí mismo Syaoran.
-Joven Li, necesitamos una estrategia para poder llegar a las playas de
Guinea.
El joven salió de sus pensamientos y se dispuso a formular la estrategia
aunque, en realidad, Rodrigo era el que hacia ese tipo de planes y él las
efectuaba. Sólo que en esos momentos las cosas habían tomado un rumbo
muy distinto.
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-Que sorpresa verte por aquí, preciosa.
Feimei dio un respingo al escuchar la voz de Rodrigo detrás de ella. Había
salido a la cubierta para admirar el paisaje y no esperaba encontrarse con
él tan pronto.
-¿Cómo fue que lograste escabullirte? Por un momento pensé que no lo
lograrías.
-Bueno, creo que me subestimaste querido-respondió satisfecha de sí
misma-unas mentirillas por aquí, otras por allá. Y ahora estoy
aquí.
-No tienes idea de cuanto te eche te menos-comenzó a seducirla.
La chica solo soltó una risa tonta. Le encantaba tener a los hombres a
sus pies.
-Pues, creo que puedo decir lo mismo-admitió.
El príncipe rodeó su cintura y la atrajo hacia él. De nuevo, Feimei
soltó una de sus risitas, después giró entre sus brazos y acercó su
rostro al de él. Rodrigo la besó lentamente, tanteando el terreno; al
ver que la chica respondía con facilidad se aventuró a prolongar el beso
y a estrechar con fuerza el cuerpo de Feimei.
Al quedarse sin aliento, ambos se separaron y sonrieron al mismo tiempo.
Uno estaba feliz por haberla conquistado y la otra fantaseaba con su amor
secreto.
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Un barco considerablemente grande arribaba a las playas de Guinea,
abordado por una princesa oriental que iba en busca de “El Cerezo” y
así tratar de detenerlo y que no se llevaran las riquezas que habitaban
en Guinea. Era cierto que Guinea estaba entre sus territorios más
queridos, su gente la valoraba enormemente y estaban seguros de que Kaho
los ayudaría en cualquier momento.
-Señorita Kaho.
-¿Si?-respondió al llamado la oriental, agitando su cabello con el
movimiento del viento.
-Hemos divisado “El Cerezo”, al parecer se mantienen a considerable
distancia de la playa. Por lo visto, no hay mucho movimiento en el barco,
así que podemos atacarlos en cuanto usted ordene.
Kaho no mostró signos de alentarse, tan solo se quedó mirando fijamente
el mar. Sus ojos color canela recorrían las amplias aguas y sus olas
hasta posarse en tierra firme.
-No atacaremos, esperaremos hasta mañana.
El soldado no pareció sorprenderse, ya conocía muy bien el carácter de
su princesa, apacible pero muy calculador.
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Dos hombres hablaban en susurros muy lejos de todos los tripulantes. Uno
de ellos era el príncipe y el otro era su más fiel sirviente: Yue.
-Al parecer Kaho no ha intentado interceptarnos.
-Eso parece ser señor, pero no dude que llegara en cuanto menos lo
esperemos-agregó con voz calmada el de cabellos plateados.
-Bien, pues trataré de eludirla. No estoy para enfrentamientos. He venido
aquí por una sola razón y esa es concretar el tratado que hice con Fei
Wong.
-Lo se señor, pero, ¿que acaso no ha contemplado la posibilidad de que
el joven Li, intervenga?
-No tiene por que hacerlo, si no se entera de nada, o en dado caso
simplemente lo matamos y asunto concluido.
El sirviente no habló, casi siempre sólo se limitaba a escuchar. Pero
esta vez le preocupaba mucho que los planes de su señor no funcionaran.
Lo que pretendían hacer era sumamente peligroso. No podía entregar a la
señorita Feimei a ese sujeto, era demasiado cruel darle aquel destino. Y
además, tan solo era para poder tener esas tierras, las exóticas islas
de Guinea. Rodrigo era tan cobarde que había preferido hacer un
intercambio a tener que luchar.
“Vaya príncipe”
pensó Yue.
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-Mi señor. Ha llegado esta carta por un hombre en un bote, dice que es
urgente-entró corriendo el sirviente y le entregó el papel al príncipe.
Rodrigo leyó rápidamente el mensaje. Alzó una ceja con intriga y después
sus ojos centellaron, y una sonrisa se asomó en sus labios. Arrugó el
papel entre sus manos y lo arrojó por la borda, después se dirigió a su
camarote.
Estando ya dentro, se sentó en una silla y apoyado sobre la fina mesa,
comenzó a escribir una respuesta:
Mí estimado señor:
He recibido con rapidez su mensaje, sólo quería informarle que ya estoy
enterado del intercambio. Lo iré a visitar después de que el sol se
ponga, junto con lo acordado.
Un
saludo,
Rodrigo
de Castilla
Cuando
logró terminar, dejó la pluma sobre el tintero y se encaminó a la
puerta.
“Toc, toc”
Los nudillos de Elizabeth tocaron delicadamente la puerta justo antes de
que Rodrigo la abriera. El príncipe se mostró indiferente y tan sólo la
esquivó.
-Ahora no tengo tiempo Elizabeth-murmuró el rubio.
La curiosidad siempre ha sido uno de los defectos más grandes de
Elizabeth, y desde luego no iba a dejar de averiguar que le sucedía a su
querido amigo. Esperó unos momentos antes de seguirlo y después avanzó
tras él, teniendo la precaución de que no fuera vista.
Rodrigo caminó entre los angostos pasillos olvidando rápidamente el
incidente con Elizabeth, llegó rápidamente a su destino y sin tocar abrió
la puerta del recinto de Feimei.
-¡Por Dios, Rodrigo! Casi me matas de un susto-exclamó la bella mujer de
cabellos castaños.
-Querida, por favor perdóname. Pero ya no podía estar mas tiempo sin
ti-mintió el príncipe con descaro.
Una risita nerviosa se escuchó por parte de Feimei.
-¿No te gustaría ir a dar un paseo por la playa?
-Por supuesto que si –asintió alegremente-espérame un
momento afuera. En un segundo te alcanzo.
Rodrigo se retiró de la habitación con paso despreocupado y giró al la
dirección contraria de donde se encontraba Elizabeth. Pronto estuvo en la
cubierta y le pidió a uno de sus hombres que prepararan un bote para ir a
la isla. Sólo solicitó la compañía de uno de sus sirvientes.
-Ya estoy lista-resonó la voz alegre de Feimei.
-Príncipe Rodrigo, estoy a sus ordenes-informó Yue a sus espaldas.
Los tres se encaminaron al bote y pronto estuvieron fuera del barco, con
dirección a la isla. No estaban muy lejos de ella así que no tardaron
mucho tiempo en llegar.
-Con cuidado-advirtió Rodrigo, ayudando a la chica a pisar tierra firme.
-Es por aquí-declaró Yue.
El rubio tomó a Feimei de la mano y la condujo según su sirviente les
indicaba. La naturaleza les hacia mas difícil el paso, de vez en cuando
debían detenerse para poder abrirse camino.
Elizabeth los seguía desde lejos, justo cuando ellos pidieron un bote,
ella no dudó en hacerlo. Dos soldados la acompañaban pero ellos se habían
quedado esperándola en la playa. No le era muy difícil avanzar ya que
tenia practica en la expediciones con su familia, muchos la calificaban
como una señorita chiflada, quien disfrutaba de la cacería y demás
cosas que solo estaban destinadas a los varones. A Elizabeth poco le
importaba lo que pensaran los demás. Se dejó de alucinaciones y continuó
manteniendo vigilados a sus “acompañantes”. Realmente no entendía a
donde pretendía llegar Rodrigo con todo eso.
-¡Aquí es!-exclamó el príncipe al llegar a un pequeño poblado.
Había muy pocas casas y la mayoría de ellas eran de cimientos pobres y
poco trabajados. Al final de todas las hileras de casas, se encontraba una
mucho más grande. De hecho, se podría comparar con un palacio. Estaba
ricamente decorada en el exterior y por lo que pudieron ver al llegar,
también en el interior.
-Venimos a ver al señor Fei Wong Reed, el encargado de estas islas-indicó
el de cabello plateado.
Minutos después un hombre corpulento y de aspecto arrogante apareció
frente a ellos en el final del pasillo. Con una de sus manos les indicó
que avanzaran. Feimei se mostraba insegura por lo que se aferró con
fuerza a la mano de su amado príncipe, aquel hombre de cabello y ojos
oscuros le inspiraba desconfianza.
-¡Rodrigo! Que gusto verte.
-Opino lo mismo señor Fei, me agrada volver a verlo.
-¡Pero, vamos! Preséntame a tus amigos-incitó mostrando una sonrisa de
lado.
-Con todo gusto-primero se dirigió a la mujer-ella es Feimei Li, ya le
había hablado de ella-después se giró a su sirviente-y este es Yue, mi
protector.
-Vaya, vaya. Estas muy bien protegido Rodrigo-burló el señor al ver la
complexión de Yue, que a su parecer era un poco flacucho y débil-pero
mira nada mas, la compañera que traes es muy bonita-¡Que suerte la tuya!
-Gracias señor-habló por primera vez Feimei al sentirse en confianza.
-Muy bien, muy bien-repitió examinando cada parte de Feimei-¡guardias!
Rodrigo no se inmutó en lo mas mínimo y tampoco Yue lo hizo. La chica de
cabellos castaños se giro a sus lados para ver por que había llamado a
los guardias. Dos hombres fuertes la tomaron por sorpresa, agarrándola de
los antebrazos.
-¡Que! ¡Rodrigo haz algo, ayúdame!
-Llévensela-finalizó Fei y después se retiró por donde había llegado.
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Syaoran apartaba con su espada la maleza que se extendía frente a él.
Había decidido que ningún hombre lo acompañase. La verdad era que no
tenía ni la menor idea de donde se encontraban Feimei y Rodrigo, además,
por una extraña razón que aun desconocía, también Elizabeth había
desaparecido hacia unas horas.
Un grito se escuchó a lo lejos. Syaoran corrió pero las ramas y los
arbustos no le permitían ir a gran velocidad. Volvió a escuchar un grito
y giró a la izquierda, estaba seguro que se trataba de Elizabeth. A unos
pocos metros de él un hombre de inconfundible cabello plateado se alejó
y pronto lo perdió de vista. En el suelo se encontraba Elizabeth, con
muchos rasguños y una gran herida en su costado.
-¡Maldición!-gritó con frustración al ver a su amiga malherida- ¿Qué
sucedió? ¡¿Por qué demonios saliste del barco?!
Elizabeth tomaba grandes bocanadas de aire para poder hablar, se sentía
bastante agotada.
-Yo…seguí a Rodrigo-articuló con dificultad.
-¿Rodrigo?-se extrañó el ambarino al escuchar el nombre de su amigo.
-Debes ir… por Feimei. Él…la entregó.
-¿Pero de que rayos estas hablando? ¿Dónde está Feimei?... ¡Habla!-sacudió
con fuerza el cuerpo de Elizabeth.
Las lágrimas se le escaparon de los ojos y rodaban por sus mejillas,
Syaoran la estaba lastimando y se sentía completamente estúpida al no
poder darle más información. Con gran esfuerzo había logrado decirle
algunos datos.
-Elizabeth, ¡por Dios!, haz un esfuerzo. ¡Donde esta Feimei!
Pero la pobre muchacha solo rompió en llanto. La desesperación se apoderó
del ambarino y sus ojos ardieron en llamas, se levantó dejando a
Elizabeth en el suelo. Miró a su alrededor pero no sabia a donde ir, de
pronto la imagen del hombre de cabellos plateados acudió a su cabeza y
trató de recordar con éxito la dirección que había tomado. Con
asombrosa agilidad, que antes no había mostrado, recorrió grandes
tramos, incluso pensó que la espada ya le seria innecesaria. No sabía a
donde se dirigía, sólo una corazonada lo guiaba. De pronto pudo ver el
cabello rubio de Rodrigo y aumentó su velocidad, la furia contenida
comenzaba a desencadenarse por todo su cuerpo. Logró alcanzarlo y si que
el príncipe se percatase de su presencia, lo tomó del cuello.
-¿Dónde esta Feimei?-dijo entre dientes.
Rápidamente Rodrigo comenzó a ponerse morado por la asfixia pero la
fuerza que Syaoran imprimía sobre su cuello no desistía.
-¿¡Donde está!?-gritó completamente fuera de sus casillas.
-Si lo soltara, tal vez se lo podría decir-murmuró alguien por detrás.
Syaoran lo soltó al instante al sentir el filo de una daga en su espalda.
Rodrigo cayó de rodillas al suelo tosiendo y tratando de recuperar la
respiración.
-Déjalo…Yue-dijo el príncipe aun de rodillas.
Rodrigo se recuperó en unos segundos y después encaró a su agresor. Con
elegancia se sacudió el polvo que aun quedaba en su camisa, aumentando la
furia del ambarino.
-¿Qué le hiciste a Feimei?
-Pues…digamos, querido amigo, que por un tiempo ya no estará con
nosotros.
Un rayo de ira se disparo por parte de Syaoran y se lanzó tomando la
espada hacia el rubio. Para su mala suerte, Rodrigo fue más rápido y
logró esquivarlo girando sobre si mismo y poniéndose en posición de
ataque.
-Quédate quieto maldito…-amenazó el ambarino, respirando entre
cortadamente por el enojo.
El príncipe levantó una ceja con incredulidad y esa fue la seña que Yue
captó para moverse. Sin que Syaoran si quiera se percatara de sus
movimientos, Yue se colocó
frente a él y enterró una daga en su abdomen. Rodrigo cerró los ojos
con remordimiento y después dio media vuelta y se alejó, siendo seguido
por su fiel sirviente.
-Fin de Side Story-
*****----------Fin
de Capitulo----------*****
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